Memorias 3


Capítulo 3


Mi adolescencia y juventud

Mis padres no eran lo que hoy se denominan personas cultas, pero sí poseían una sólida formación moral, heredada de sus antepasados españoles con raíces católicas, aunque no practicantes, en el sentido de asistir regularmente a misa, confesar y comulgar. Tal vez la razón principal de esa falencia haya sido la falta de Iglesias en las zonas donde sobrevivían, a pesar de las calamidades que soportaban. Sí se preocupaban por bautizar a sus hijos y luego mandarlos a las clases de catequesis y que hiciesen la primera comunión.

Los caracterizaban un gran sentido de la responsabilidad, del valor de la palabra empeñada, de la solidaridad, del ahorro, del trabajo, de la honestidad, del respeto a las normas, del agradecimiento y la cortesía en el trato. Todos esos hábitos los mamé en mi hogar y les encontré sentido y razón de ser en la escuela y la catequesis. Los progenitores de aquella época tenían autoridad y la ejercían con sus hijos, a los que estipulaban límites que estos cumplían con total naturalidad. No digo que no habría excepciones; pero eran justamente eso, excepciones.

Como ya lo he mencionado cursé el magisterio y eso motivó que me hiciese de nuevos amigos, que no se mezclaron ni me separaron de los que poseía desde la niñez. Durante la semana, asistiendo a clases compartía con unos y el fin de semana con los otros, los de siempre.

En la escuela también existían estrictas normas de convivencia que las fijaban las autoridades y nosotros respetábamos sin cuestionar, como ocurre hoy en día. Quien no lo hacía era sancionado. Los profesores y celadores tenían autoridad y eran respaldados por el personal directivo y las familias. También estaba vigente una costumbre que los adolescentes no cuestionábamos y era que debíamos usar pantalones cortos hasta cumplir los dieciocho años y las chicas no debían pintarse los labios y las uñas antes de los quince años.


De izq a der : Tía Antonia (Dominica), Tía Kika, Tío Francisco (de Brasil), Tía María (Dominica), Manuel y Carmen (padres de Lorenzo y ya fallecidos). Sentada, Santina (de Brasil y esposa de Francisco). Francisco es primo hermano de Manuel.

Recuerdo como si fuese hoy mi primer salida nocturna para asistir al cumpleaños de quince de una compañera del Normal. También fue mi primer estreno de un traje, saco y pantalón hasta la rodilla. Llegado el día de la fiesta y acompañado por un amigo y compañero con el que me juntaba a estudiar en su casa o la mía, ambos con traje y corbata, nos hicimos presente en el lugar indicado y a la hora precisa. Con emoción y ansiedad por el acontecimiento, nos mezclamos con compañeras, algún compañero. Porque los varones éramos muy poquitos y familiares. En un clima de alegría y diálogo hacíamos tiempo hasta que se sirvió la cena, que se prolongó con brindis con naranjada o limonada, antecesoras de las actuales gaseosas. Por supuesto que los mayores lo hacían con vino o cerveza, prohibido para los jóvenes a esa edad. Finalizada ésta se empezaron a retirar los utensilios y a desmontar las mesas para que la homenajeada bailase el vals con su papá. Mientras esto sucedía se me ocurrió preguntar la hora a mi amigo, que tenía reloj pulsera, y faltaban diez minutos para las doce de la noche, hora tope que me había puesto mi padre para estar de vuelta en casa. No me quedó mas remedio que despedirme de mi amigo y salir caminando para casa, que quedaba a mas de veinticinco cuadras de donde me encontraba. Me llamó la atención que a esa hora no había un alma por las calles, semioscuras en el centro y en penumbra total en mi barrio donde vivía dado que aún no había llegado la luz eléctrica.

Cuando llegué, en casa dormían y la puerta estaba sin llave; pero con una silla detrás, que al empujarla hizo ruido y despertó a mis padres, que preguntaron si era yo y al responderles que sí me ordenaron echar llave a la puerta. Por supuesto, al día siguiente compartí con los míos lo vivido y también con la barra, como designábamos al grupo de amigos de siempre.

Alrededor de los diecisiete años empezábamos a bailar y para ello nos juntábamos en las casas familiares, donde al compás de un disco de pasta que giraba en la vitrola a cuerda o en un combinado, así se denominaba al equipo eléctrico con tocadiscos y radio, nos enseñábamos unos a otros y otras los pasos del vals, tango, pasodoble, milonga y boleros. Siempre teníamos alguna excusa para juntarnos los domingos por la tarde en alguna casa.

A los bailes sociales sólo nos dejaban asistir después de los dieciocho años y ya con la Libreta de Enrolamiento (Documento de Identidad).

Estos bailes se desarrollaban en salones y con orquestas y cantantes en vivo. Empezaban alrededor de las 22hs. Y finalizaban, sí o sí, a las tres de la mañana. En nuestros tiempos no existían las discos ni los boliches. Los varones concurríamos con los amigos y las chicas acompañadas de sus madres. Se sentaban alrededor de una mesa chica, tipo bar, y cuando la orquesta interpretaba composiciones musicales, los varones se acercaban para invitar a las chicas a bailar. Algunos hacían gestos con la cabeza, desde lejos, para no sufrir el papelón que significaba que no le aceptasen la invitación, ya fuere porque no le gustaba el candidato o porque tenía compromiso con alguien.

Si las chicas tenían novio asistían a las fiestas con él e indefectiblemente con su mamá o la de alguna amiga.¡Solos nunca! La orquesta interpretaba una serie de canciones e interrumpía para descansar y luego cambiar de ritmo, mientras tanto los bailarines desocupaban la pista y procedían a sentarse o concurrir a la cantina, también se aprovechaba ese tiempo para recorrer el salón en torno a las mesas, mirando a las chicas para determinar a quien invitar a bailar en el próximo espacio musical.

Se bailaba siempre en pareja, el varón rodeaba a la chica con su brazo derecho por sobre la cintura y ella apoyaba sobre el hombro del compañero su brazo izquierdo y con su mano le rodeaba el cuello y con la mano derecha en alto tomaba la izquierda del varón, que es quien la guiaba y mientras bailaban conversaban y reían alegremente, por cuanto los compases musicales no aturdían y posibilitaban el diálogo de la pareja. De esas fiestas sociales surgían la mayoría de los noviazgos que culminaban en casamientos por civil y la Iglesia.

Durante mis años de estudiante y con el objeto de colaborar con la economía familiar, también intercalaba el trabajo. Los fines de semana y dado que en casa criábamos conejos, mi misión era salir a venderlos por los barrios vecinos. Para ello contaba con un carrito con dos ruedas de bicicleta, al que empujaba mientras caminaba e iba golpeando puertas para ofrecerlos. Ese mismo carro lo utilizaba para buscar pasto y yuyos para alimentarlos, en fincas o chacras vecinas.

Durante los meses de vacaciones escolares solía trabajar en galpones de empaque o secaderos de frutas, fábricas de conservas e incluso en aserraderos. Cuando cobraba la quincena, nos pagaban cada quince días, recibía el importe y se lo entregaba íntegramente a mis padres. Es decir, no podía disponer libremente de mi sueldo; pero cuando necesitaba para algún gasto, si era justificado, me daban lo necesario.

Fue en el mes de diciembre de 1957 que recibí el fruto de esos años de estudio, trabajo y dedicación y que agradezco a mis queridos padres, que no sólo me apoyaron sino que me controlaron e incluso me exigieron esa dedicación. Actitud que, lamentablemente, no tienen los padres en la actualidad. Hoy, la mayoría de los niños y adolescentes hacen su santa voluntad, no existen los límites, los valores se predican pero no se viven y en lugar de padres tienen cómplices. Las consecuencias están a la vista, el alcohol, las drogas, la violencia y la pésima preparación con que egresan de escuelas y colegios lo dicen todo. Arruinan sus vidas y nadie se hace cargo ni se siente responsable de este fracaso como educadores.

Realmente triste y doloroso. La sociedad tiene que reaccionar, hay que fortalecer la familia y su rol principal, que es formar personas que no sólo tengan derechos, también deberes y obligaciones.

[ Derecho de autor de esta Obra Inédita, Expte. 646545 ]