Memorias 8


Capítulo 8

La vida continúa

En casa quedábamos cuatro, Carlos, Mariano, Herminia y yo, pues Claudio se había casado en marzo de 1992, y vive desde entonces en los alrededores de la capital provincial, dado que allí tiene su trabajo. En principio lo hacía en una agencia de publicidad y en la actualidad en su propia casa, como productor de televisión. El 20 de abril de 1993 nos dieron, Carina, nuestra primera hija y Claudio, a Francisco, nuestro primer nieto; ¡un destello de entre tanta oscuridad!

Carlos continuó cursando la secundaria, en la misma escuela que cursé el magisterio y Mariano la primaria en la vieja escuela Nº 43, que transitaron todos sus hermanos. Al estar jubilado en la docencia continué al frente del negocio de estanterías metálicas, del que mi padre se había retirado al jubilarse también, contando con la ayuda de mis hijos en el armado de las mismas, luego de cumplir con sus obligaciones escolares. Al terminar la sociedad, del stock de mercadería existente en el negocio entregué a mi padre el 50% y se lo fui comprando a medida que necesitaba, en lugar de pedir a las fábricas. Fue una época en la que se vendía muy poco, situación que cambió algunos años después, en que las ventas de cuadriplicaron. Dicha actividad la desarrollé durante algo mas de 28 años y contando siempre con la ayuda de la familia. Ninguno de los hijos quiso seguir adelante con el rubro, así que vendí la totalidad de las existencias, lo di de baja y alquilé el salón.

Carlos, terminando el secundario, cursó el profesorado de enseñanza básica, título que lamentablemente reemplazó al de maestro; Mariano, luego de concluir la secundaria en el Normal, ingresó al Profesorado de Arte para estudiar música, estudio que está a punto de concluir. De mis cuatro hijos, sólo Claudio no siguió la trayectoria de su padre en la docencia.

Carlos, docente y de novio con una chica también docente (Profesora de Matemática y Física), se fueron a trabajar a San Carlos de Bariloche, donde habían vacantes a cubrir, según les informaron colegas y amigos sanrafaelinos allí radicados. Luego se casaron y se ubicaron en aquel lugar que es bellísimo; pero los inviernos son terriblemente crudos. En ese momento tuvimos nuestra segunda hija. Allí vivieron durante siete años y nuevamente están en San Rafael, o sea que recuperamos a hijos que extrañábamos muchísimo, por estar lejos y ser tan difícil visitarnos. Mientras todo esto ocurría Carina dio a luz a Clarita, catorce meses después que a Francisco, y casi doce años mas tarde a María Belén, completándose el trío de “los mejores nietos del mundo”.

Estando aún con el negocio, Carlos cursando el profesora y Mariano la secundaria, negros nubarrones cubrieron el cielo de mi existencia y le complicaron la vida a toda la familia. Estaba próximo a cumplir los sesenta años, cuando en una noche del mes de septiembre de 1999 me desperté con un fuerte dolor en la zona de las cervicales y el omóplato izquierdo, que por momentos me afectaba el brazo del mismo lado. Me levanté sin hacer ruido, para no despertar a mi esposa, para tomar algún analgésico. Prendí la luz en el comedor y tomé un blister que estaba sobre la heladera y cuando traté de sacar la pastilla, parado al lado de un sillón, se me terminó el mundo y caí sobre el asiento. No se el tiempo que estuve así, el caso es que Herminia despertó, no se si por el ruido al caer o porque el ángel de la guarda la llamó y al comprobar que no estaba en la cama y había luz en el comedor se levantó, salió y me encontró sin conocimiento. Desesperada llamó a los hijos que dormían en otra habitación y empezaron a moverme y llamarme, cuando reaccioné escuché a Carlos llamar por teléfono a la ambulancia, que en poco tiempo estuvo en casa y tras se auxiliado por el médico me trasladaron a terapia intensiva del Hospital Español, pues había sufrido un infarto. Tras una serie de estudios, cateterismo incluido y medicación intravenosa con el suero, me trasladaron en ambulancia al Hospital Central de la capital provincial.

Los hijos quedaron en casa para seguir asistiendo a clases y cuidar la vivienda. Claudio y Carina con mis nietos, que también se encontraban acompañándonos, volvieron en su automóvil con Herminia, y en ningún momento pudieron alcanzar la ambulancia. Ya en el sector de Cardiología del hospital empezaron de inmediato los controles y estudios de todo tipo. Mientras ello ocurría, la angustia y la desesperación atormentaban a Claudio y Herminia que esperaban alguna información. Luego de un rato salió la doctora que en lugar de tranquilizarlos angustió más aún, pues les dijo que mi estado era muy grave y había que esperar, pues las posibilidades de vida eran muy escasas, por lo que les recomendó permanecer en el hospital día y noche, por cualquier eventualidad. Ante una leve mejoría me ubicaron en una habitación con otros tres pacientes, y ya los míos podían entrar a verme.

Desde ahí me llevaban permanentemente a realizar distintos estudios y me medicaban sin interrupción, lo que hizo que alrededor del décimo día me sintiera bien; pero los especialistas informaron que debía someterme a una operación para practicar “by pass” . Herminia permanecía día y noche en el hospital, pero sólo podía estar conmigo breves instantes, especialmente en los horarios de visitas. El hecho de que Claudio viviese allí fue de gran ayuda y permitía que su madre tuviese dónde higienizarse y lavar la ropa. Además su compañía y la de su familia fue fundamental para soportar el trajín que estaba viviendo.

En cuanto a la intervención quirúrgica debí esperar bastante, pues eran varios los paciente con turnos antes que el mío. En total, desde que entramos hasta que fui dado de alta, con tres by pass, permanecimos cuarenta días en el hospital, desde el que, al sentirme bien antes de la operación, le sugería a mi señora que nos escapáramos. Realizada la intervención quirúrgica, que requirió que se me abriera el pecho, previo seccionar el esternón, permanecí un día en terapia intensiva y luego dos días en terapia intermedia. Como la evolución fue muy favorable, me dieron de alta de inmediato y Claudio nos llevó a su casa, donde permanecimos una semana y concurría a control día por medio. Autorizado para viajar a San Rafael, ¡volver por fin a mi casa!, mi concuñado Edgardo y su esposa Marta fueron a buscarnos. Me parecía mentira pero era real, Dios nuestro Padre me había dado una segunda oportunidad de vida, ¡Gracias Señor por tan incomparable regalo que permitió seguir disfrutando de mi familia; esposa, hijos y nietos!

La recuperación llegó y seguí trabajando y viviendo como si nada hubiese pasado. Otra etapa dura y amarga quedó atrás y de la que me ayudó a salir toda mi familia, especialmente mi esposa. También fue importante en este proceso la oración y los sacramentos, no sólo mías sino de cientos de personas que me acompañaban desde sus hogares.
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Todos los hijos varones de mi abuelo José Durán han fallecido, el último de ellos fue mi tío Juan a muy poco tiempo de mi padre. Quedan con vida las tres hermanas mujeres, dos de ellas religiosas dominicas. Mis padres partieron en febrero y marzo del 2005. dos nuevos eslabones que se sumaron a la larga cadena de sufrimientos. Cuando el sacerdote casó a mamá y papá lo hizo ante Dios y hasta que la muerte los separe, pero ni siquiera esto logró separarlos, pues tan solo a los cuarenta y dos días de morir él lo hizo mamá. Desde entonces juntos por toda la eternidad. En la actualidad el más antiguo de los primos Durán en pie soy yo. Quiero destacar el ejemplo de honradez, dignidad, sacrificio, entrega, fe y autoridad que nos brindaron nuestros padres a lo largo de sus vidas, como así también el de la madre de mi esposa, Doña María Benítez de Torres. Mujer íntegra que enviudó a los treinta y ocho años, quedando con seis hijos, el mayor de dieciocho años y el menor de tres.

Algunos años antes había sepultado a un pequeño hijo que falleció de poliomielitis, ya que en ese tiempo no existían las vacunas que terminaron con ese flagelo. Al morir su esposo quedó prácticamente en la miseria y con esfuerzo, dedicación e indecibles sacrificios llevó adelante la familia trabajando honradamente de lavandera, plantando flores y haciendo huerta para la venta, en un pequeño terreno que unas amigas y patronas le ayudaron a comprar y pagó con trabajo. Las carencias no impidieron que todos sus hijos concluyeran la escuela primaria.

Doña María y su bisnieta, María Belén. (Enero de 2008. Actualmente tiene además 6 tataranietos y tiene actualmente 97 años. [* Nota: falleció en el año 2008])

Bueno sería que estas vidas ejemplares se ofreciesen de modelo a las actuales generaciones en lugar de ídolos de barro y sin ningún escrúpulo que pululan en los medios electrónicos. Hoy en lugar de trabajar esperan ayuda del estado para sobrevivir. El oficio de moda, y pongo oficio porque es rentado, es el de "piquetero". Es decir, están organizados y se movilizan masiva y permanentemente para lograr dádivas. Esas movilizaciones y concentraciones impiden la libre circulación, complicándoles la vida a extremos increíbles a los ciudadanos que trabajan y aportan el dinero que ellos reciben del estado. Servicios no prestan ninguno, daños al por mayor. Otros malos hábitos que se han generalizado son la delincuencia, la venta de droga, los secuestros, los saqueos, etc. etc.

La violencia y la falta de respeto y consideración por el otro es moneda corriente en todo el territorio nacional. Lástima que se hayan perdido los hábitos y las virtudes de los inmigrantes, que escapando de la miseria prosperaron en esta tierra sin que nadie les regalara nada. La cultura del trabajo, el esfuerzo, la perseverancia, la solidaridad y el respeto y consideración mutuos, como así también los ejemplos positivos y constructivos es lo que está faltando en esta Argentina del siglo XXI. Es de esperar que se tome conciencia y se inicie el proceso de cambio, pues la cultura del facilismo y la dádiva fracasó rotundamente y es lógico porque nadie valora lo que no le cuesta.

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Al ir repasando mi existencia y observando el camino recorrido veo que las alegrías, los momentos gratos y satisfacciones han sido y siguen siendo abundantes; pero no han sido pocos los golpes, los retrocesos, las aflicciones, las amarguras y los sufrimientos. En esta cadena, el último eslabón fue el segundo infarto, cuatro años después de la operación del corazón. Ese día por la tarde estaba en el negocio armando una estantería y sentí un malestar general que me obligó a dejar lo que estaba haciendo y transpirando crucé al quisco de enfrente y compré una aspirina que tomé de inmediato, y en poco tiempo todo pasó. Cuando cerré el negocio me fui a casa, me bañé, cené con mi señora y mi hijo, sin acordarme para nada de lo que me había pasado. A los pocos minutos de acostarme empezaron los síntomas del infarto que ya me eran conocidos, dolos en el pecho, malestar a la altura de las cervicales y el omóplato izquierdo, etc.

Afortunadamente estaba Mariano en casa y de inmediato me trasladó, con Herminia, a la guardia del Hospital Español. Tras los electrocardiogramas y el control, en varias oportunidades de la presión arterial, me derivaron a terapia intensiva, cuando ya había empezado el adormecimiento de los brazos. Corridas de médicos, enfermeros, nuevos estudios, medicación intravenosa, oxígeno, etc. mientras tanto en los pasillos mi familia sufría y esperaba con pocas esperanzas de que viviera por los informas que les daba el cardiólogo que me atendía. Uno o dos días después me trasladaron a un centro especializado donde se me practicó un cateterismo que detectó el lugar exacto de la obstrucción y me volvieron a terapia intensiva. Cuando se produjo cierta estabilidad en mi estado de salud me llevaron nuevamente al centro citado y me colocaron un estén y todo se normalizó. A las 24 horas estaba de vuelta en casa como si nada hubiese pasado, pues Dios se compadeció de mí y me brindó una segunda oportunidad para seguir junto a los míos. ¿Habrá sido para que relatase esta historia que estás leyendo?


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