Memorias 6


Capítulo 6

Nueva casa y nuevos hijos

Durante las vacaciones de invierno de ese ciclo escolar, me encontré con un amigo de la infancia y juventud, cuyos padres vivían en una casa con un salón en esquina de una importante avenida de la ciudad. La casa tenía varios años; pero era más grande que la que poseía y mejor ubicada. Su padre, ya anciano, estaba sin trabajo, pues su salud no le permitía ejercer la albañilería, que era su oficio y no contaba con jubilación, razón por la que deseaba vender la propiedad. Como comprarla me era imposible, les propuse una permuta y por la diferencia de valor les dejaba el almacén instalado y vendiendo bien, lo que les proporcionaría una fuente de ingresos. Aceptaron y se concretó la transferencia de escrituras, títulos de las propiedades y en el mes de agosto y durante el mismo día, nos cambiamos, ambos, a las nuevas casas.

El día fijado amaneció nevando y todo cubierto por un manto blanco; pero no fue motivo para posponer el movimiento de muebles y personas de una a otra vivienda. De a poco fuimos haciendo las reparaciones que necesitaba y entretanto, para lograr recursos, preparaba alumnos para que rindieran el ingreso al secundario, y durante los periodos de vacaciones trabajaba en fábricas de conservas. Siempre fui consciente, por los testimonios y consejos que me dieron mis padres y abuelos, que para avanzar en la escala social se requiere de esfuerzo, sacrificio y dedicación al trabajo, sin dejar por ello de disfrutar de la familia. Lamentablemente, en nuestro país esa cultura se ha perdido.

Desde hace décadas se viene imponiendo la cultura del facilismo y de la dádiva. La primera, a través de los medios electrónicos de comunicación, especialmente la TV, y la segunda desde el estado, que la usa para tener cautivos que les permitan eternizarse en el poder. La corrupción y la desjerarquización de la educación también aportan altas dosis de decadencia y masificación de los ciudadanos. La víctima más perjudicada resulta siendo la célula básica de la sociedad, la familia. Si se pretende que esto se revierta, la sociedad deberá dejar su rol de espectador e involucrarse, para que la educación recupere el sitio que le corresponde y concienciar con el ejemplo y la palabra, para reinstalar la cultura del esfuerzo y el trabajo.

La nueva vivienda estaba muy próxima a una escuela nacional donde inscribimos a Claudio para cursar segundo grado, y, ¡oh casualidad! El director era aquel docente que me orientó en mis comienzos. Dado que dicho establecimiento contaba con Jardín de Infantes, en ese mismo ciclo inscribimos a Jorge. Años después y en la misma institución recibieron la formación religiosa que los preparó para recibir la primera comunión. Dicha tarea se desarrollaba los fines de semana a cargo de catequistas de la parroquia San Antonio de Padua, perteneciente a la congregación franciscana. A partir del momento en que nuestros hijos empezaron dicha catequesis, comenzamos a asistir regularmente a Misa, todos los domingos y fiestas de precepto. El día 08 de diciembre de 1977, ambos hijos recibieron la primera vez a Jesús Sacramentado.

Durante este periodo, mis padres vendieron su primera casa propia y compraron otra muy cerca de la nuestra. Aún estaba soltera mi hermana menor, que vivía con ellos; y papá, con mi hermano y el esposo de mi hermana María, comercializaban frutas y verduras, en lo que por aquel tiempo era la Feria Municipal, y luego, mediante una cooperativa, se creó un mercado concentrador del que también formaron parte. Un amigo de ellos, que también integraba dicho mercado, había vivido la enriquecedora experiencia del Cursillo de Cristiandad, y entusiasmó y presentó a mi padre, ya abuelo, para que lo viviera. Llegó el día señalado y los trasladaron a la Casa de Retiros San Pablo, en el distrito de Rama Caída.

Cuando llegaron fueron recibidos por el rector y su equipo, y cuando se enteraron de que mi padre no era casado por la Iglesia, lo mandaron de vuelta a casa, con la consigna de cumplir con ese requisito, para poder ingresar en el cursillo siguiente. Este incidente hizo que sus hijos nos enterásemos que nuestros padres no eran casados por la Iglesia, sólo por el civil. Otro en su lugar habría reaccionado mal y desistido recibir de la idea de hacer el cursillo, en cambio él decidió recibir el sacramento del matrimonio y fue apadrinado por el amigo que lo presentó ignorando esa situación. Al siguiente cursillo vivió dicho acontecimiento y luego mi madre. Ambos volvieron felices del encuentro con el Señor y se integraron plenamente a la vida de la Iglesia, tanto que mi padre fue uno de los principales colaboradores que tenía el sacerdote que construyó el templo de la parroquia San José.

Viendo el entusiasmo, la fe y la alegría que embargaba a nuestros padres y otros familiares que habían tenido esa vivencia, cuando fuimos invitados por una hermana de mi esposa aceptamos que nos presentara. En esa época el movimiento estaba en pleno apogeo y fueron muchísimos los sanrafaelinos que lo vivieron. A todo el que lea esto le recomiendo, si no lo ha hecho, que lo vivencie, vale la pena. Realmente es una experiencia riquísima, una verdadera fiesta para el espíritu; pues el Espíritu Santo logra maravillas en el corazón de los participantes, y les cambia la vida. No se si habrá alguien que permanezca indiferente al abrazo de Cristo, que es realmente lo que se percibe. Como es de imaginar, quedé prendado y prendido trabajando para el movimiento. Después de esta alegría vino la del nacimiento de nuestro hijo Carlos Javier, el 9 de abril de 1979 y el de Mariano Gabriel, el 3 de febrero de 1983.


Jorge, Carlitos y Claudio. Lorenzo, Marianito y Mamá con un perrito de la familia.

Así se completó nuestra familia con cuatro hijos varones. Siempre pensábamos con mi esposa ¡las hijas nos las traerán ellos! Y por supuesto que así fue que pues ya tenemos dos casados. Herminia como siempre dedicada a pleno a sus hijos y la atención del hogar. La calificación que le cabe por su entrega y dedicación es: ¡Muy bien! ¡Diez! ¡Felicitaciones! Realmente una mujer sin igual. Yo, en cambio, repartía mi tiempo entre la docencia, la familias, la venta de estanterías metálicas, en sociedad con mi padre, y el Movimiento de Cursillos de Cristiandad.

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