Memorias 7


Capítulo 7

Mi ascenso, el drama y mi jubilación

Nuestro hijo Claudio Luis, cursó el secundario en la ENET (Escuela Nacional de Educación Técnica) “Ejército de Los Andes”, y cuando concluyó, con muy buena notas, ingresó en la Universidad Tecnológica Nacional. Cursó un año y cuando debía continuar con el segundo abandonó para ingresar en el seminario con los franciscanos, pues estaba integrado al grupo juvenil de la parroquia San Antonio, perteneciente a la orden. Nunca y en ninguna circunstancia había manifestado tener esa vocación, por lo que la sorpresa fue mayúscula. Influenciado por el Padre Emilio tomó esa determinación, que en el fondo de mi corazón presentía equivocada. Hablé con él, quise hacerlo entrar en razones; pero pudo más el sacerdote que su padre. Dejó la universidad, lo enviaron a San Miguel, provincia de Buenos Aires, y produjo un tremendo vacío en nuestro hogar. Lo extrañábamos enormemente y no podíamos acostumbrarnos a su ausencia.

 

Claudio seminarista. Jornada Mundial de la Juventud en Buenos Aires y Encuentro de Juan Pablo II con los consagrados y seminaristas ( 10 al 12/4/1987 )

Pasado un tiempo viajé a visitarlo, y al encontrarlo entusiasmado y bien me tranquilicé, y al regresar trasmití esa tranquilidad al resto de la familia. Tres años estuvo en la congregación, el último en la provincia de Salta (norte de Argentina) a donde fuimos invitados por el sacerdote que lo formaba. Allí nos alojaron en una vivienda de amigos del religioso, quien nos visitó para informarnos que Claudio dejaba el seminario, pues no era esa su vocación. La noticia no me sorprendió para nada, ya que mi convicción era la misma que cuando ingresó. Luego de viajar a España, acompañando al Padre José, quien nos dio la noticia, retornó a casa, consiguió trabajo, se puso de novio y terminó en el matrimonio, su verdadera vocación. Y quiero destacarlo, por lo feliz que nos hace, a mi esposa y a mi, nos dio los tres mejores nietos del mundo: Francisco Ariel, Ana Clara y María Belén.

Francisco, Clara y María Belén. (Enero de 2008)

En aquellos días, Jorge culminó la secundaria e ingresó en el profesorado de Físico-Química, y personalmente aprobé el curso para cargo directivo y me ubiqué, como titular en la dirección de la escuela “Martín Zapata” de El Tropezón, también de zona rural, a unos 15 km del centro.

A estas alegrías se agregaron el dolor, la desesperación y la impotencia ante la enfermedad que contrajo Jorge Ariel, nuestro segundo hijo, el “Mal de Hodkings”. Todo empezó con inflamación de los ganglios. El médico que lo atendió en San Rafael lo derivó al Hospital Central, en la capital de la provincia. Así empezó un largo, triste y agotador peregrinaje que incluyó la Academia Nacional de Medicina en Buenos Aires y deambular por las embajadas de otros países que tuviesen bancos de médula ósea por si cabía la posibilidad de un transplante; pero desgraciadamente ni siquiera se pudo realizar un auto transplante, por los daños producidos por los tratamientos radioactivos aplicados previamente, además de las interminables tandas de quimioterapia. Lo que sigue es una cronología de la ruta que con la pesada cruz debió recorrer él y toda la familia, incluidos sus hermanos mas chicos que poco entendían del drama que atravesábamos. Desandar este suplicio duele en grado sumo y atenaza el corazón hasta las lágrimas.

Diciembre de 1988, cuando cursaba el segundo año del profesorado, los estudios confirman la mortal enfermedad.

En los primeros días de enero de 1989 inicia el tratamiento de quimioterapia, previa intervención quirúrgica. A pesar de lo terrible del tratamiento, dos intervenciones para extraerle ganglios y de casi un mes de internación; por su mal estado, cuando tenía alguna mejoría continuaba cursando y preparando materias. Durante este año aprobó cuatro materias que le faltaban de 2º año; tres de 3º año y cuatro de 4º año.

Al finalizar el año, tiene recaída en la enfermedad, lo que obliga a hincar otro ciclo de seis meses de quimioterapia y se traslada toda la problemática al ciclo lectivo de 1990.

Sin pelo, por el tratamiento, disminuido físicamente pero no en su férrea voluntad de sanarse y concluir sus estudios, continúa preparando materias y es así que durante este año aprueba una materia que tenía pendiente de 3º año, y dos de 4º año. Con esto solo le faltaban las prácticas para concluir su carrera.

Durante 1991 su enfermedad se agudiza y además de quimioterapia se le aplica cobaltoterapia. Si bien el sufrimiento es terrible, no se amedrenta y continúa estudiando. Tanto él como el resto de la familia habíamos ofrecido al Señor nuestra cruz, oraciones permanentes, visitas al Sagrario, la Santa Misa y la Eucaristía eran un eficaz analgésico para el espíritu. Ya había iniciado las prácticas y además me ayudaba en el negocio cuando tuvo otra recaída.

Durante el año 1992 tuvo una leve mejoría y con gran esfuerzo y sacrificio reinicia las prácticas de la enseñanza, terminando meses antes de fallecer en la primera hora del 25 de diciembre de 1992. como consecuencia, el título de profesor llega a principios de 1993, cuando ya había partido a la Casa del Padre. Demás está decir que para él los obstáculos resultaban estímulos. Debo destacar que era consciente de que su enfermedad era mortal; pero en ningún momento se entregó y peleó hasta el último instante, tan es así, que concurría a su trabajo hasta quince días antes de morir, e incluso en el último año y hasta una semana antes del fatídico desenlace asistía a un curso de cerámica. Nunca se deprimió al extremo de abandonarse, es más, ayudaba y estimulaba a sus compañeros. Los testimonios que inserto a continuación corroboran las anteriores afirmaciones:

“Siempre fue un ejemplo para todos. Firme en su propósito de obtener el título y apresurándose para lograrlo antes que le alcanzara la muerte, no claudicó ante ningún obstáculo. Era un ser extraordinario, que sumido en el sufrimiento trataba de disimularlo y aún sin fuerzas estimulaba a sus compañeros, para que siguieran adelante. Gracias a su consejo y ayuda no abandoné los estudios cuando falleció mi pequeño hijo, como era mi propósito. Fue un excelente compañero y un amigo servicial. Con él aprendimos que los obstáculos hay que enfrentarlos, desafiando siempre lo que se interponga a nuestros propósitos. Era consciente de que no tendría oportunidad de ejercer; pero no se amedrentó y logró el título de profesor. Un verdadero ejemplo de superación y logro personal, que ejerció su influencia en la comunidad estudiantil y puede trascender a la comunidad toda”. (Pedro M. Aguilar – Profesor de Física y Química)

“Ante tantos jóvenes que frente a dificultades, grandes o pequeñas, se refugian en las drogas o dejan en el camino propósitos que se fijaron, el de Jorge es un ejemplo que se debe destacar y ofrecérselo a los estudiantes del presente y del futuro para su emulación, pues constituye un testimonio poco común de hombría de bien, actitud de servicio, deseos de superación, humildad y sólida personalidad”. (Una compañera)


“Cuando lo conocí teníamos 15 años, cursábamos tercer año de la escuela secundaria; siempre fue un excelente alumno, compañero, amigo...


El destino quiso que prosiguiéramos juntos el profesorado (Física y Química). Los primeros años del mismo compartí con Jorge horas de estudio, mateadas en las que expresábamos todos nuestros anhelos, entre ellos...recibirnos. a partir de ahí tendría que hablar de un antes y un después de su enfermedad; pero creo que no será necesario, porque él trató de llevar su vida lo más normalmente posible. Recibía tratamiento de todo tipo (Quimioterapia – radioterapia, etc.) quedaba sin fuerzas pero seguía adelante como si su cruz no le pesara...


Jorge no sólo terminó el profesorado con cuatro años de enfermedad a cuesta, aún sabiendo que quizás nunca ejercería su profesión, sino que también trabajó y asistió a cursos de cerámica. Hay una frase que dijo alguien alguna vez: “Nunca se dio por vencido ni aún vencido”. Él ya no está con nosotros pero queremos que el ejemplo de Jorge sirva y trascienda para aquellos jóvenes que como él tengan esa gran fuerza de voluntad, y ese enorme deseo de superación”. (Eliana Kesel de Giglio – Profesora de Física y Química)

Ultima escultura realizada por Jorge

Estos testimonios se dieron con motivo de un proyecto, que luego no prosperó, de dar su nombre a la biblioteca del “IES del Atuel” Nº 9-011. El ser humano puede superar el dolor que produce la muerte de los mayores de la familia, es decir de la generación anterior, ya que lo más lógico y natural es que se caiga la trinchera que está detrás de uno. Lo que cuesta entender y aceptar es que los que partan sean los menores, sean los descendientes. Ahí el dolor se magnifica, la desesperación y la impotencia se incrementa y la herida no cicatriza jamás. De lo que doy gracias a Dios es que en ningún momento me revelé contra Él, pues con angustia, congoja y hasta desesperación acepté lo que nos estaba pasando, al extremo de que en aquella Noche Buena de 1992, cuando mi hijo agonizaba en la habitación de la Clínica, le decía al oído que no se resistiera, que se entregara. No se si él me escuchaba o no, pero era tal la resignación ante lo inevitable que eso le recomendaba. Verlo en ese estado y sufrir como sufría era realmente terrible y ante la seguridad y el convencimiento de que su destino era el Cielo, prefería que partiera.

Por supuesto que el vacío que dejó tras de sí no se llenará jamás; pero nos consuela la convicción de su santidad y su presencia entre los elegidos. Siempre, en mis oraciones a la Virgen María, le pido que lo abrace y bese en nuestro nombre y le haga saber que le seguimos amando y le extrañamos, pues, aunque han transcurrido quince años de su partida no podemos asumir su ausencia.

Jorge, unos meses antes de su partida, el día del casamiento de Claudio (28 de marzo de 1992)

Durante un tiempo de su enfermedad cumplí los años de servicio, en la docencia, que me permitían jubilarme, lo que hice de inmediato para dedicarme por entero al seguimiento de su situación, sin necesidad de tener que estar pidiendo licencias.

En el transcurso de los últimos años, nuestro sostén y el de Jorgito fue el Padre Pablo Ares, franciscano de la parroquia San Antonio de Padua. Permanentemente estuvo a nuestro lado aconsejando, estimulando, orando y llevando la Sagrada Comunión a nuestro hijo, cuando estaba impedido para asistir a Misa. Avisado del fallecimiento se apersonó de inmediato en la clínica, donde ya le había dado la Unción de los Enfermos, y recuerdo patente que al abrazarme exclamó: “¡Qué día eligió Jorgito para partir o el Señor para llamarlo!”.

Reitero, primera hora del 25 de diciembre de 1992, recién habían cesado los fuegos artificiales y aún se escuchaban algunos ruidos de la pirotecnia con que se recibe la fecha.

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