Memorias 9


Capítulo 9

Problema auditivo

Cuando cursaba el magisterio asistía, algunas horas por semana, a una academia de dactilografía para aprender a escribir a máquina. Juanito, como le llamábamos al titular de la academia, también era relojero y poseía un taller donde reparaba dichos elementos. Dos ocupaciones que prácticamente han desaparecido. Las máquinas de escribir se suelen vender a los museos o como recuerdo y adorno en algún hogar y, los por aquel tiempo relojes de cuerda, que eran reparables, desaparecieron. Los de hoy funcionan con pilas y son descartables. El caso es que también asistía a aprender a reparar relojes.

La primera etapa consistía en el arreglo de relojes despertadores y la superé con facilidad. Luego me empezó a adiestrar en la reparación de los relojes de bolsillo y pulsera. Si bien el sistema mecánico de los tres tipos era el mismo, impulsados por cuerda, la variación del tamaño complicaba las cosas, pues exigía buen pulso y oído para detectar la regularidad en su funcionamiento. Así fue como descubrí que mi audición estaba levemente disminuía y Juanito me aconsejó visitar a un especialista y dejar de lado el oficio de relojero. Por supuesto acudí a un profesional que, tras varios estudios me dijo lo siguiente: “Ese problema no tiene cura, yo lo tengo desde que era estudiante universitario y desde entonces tomo la pastilla que te voy a recetar y deberás consumir de por vida, pues su efecto es retardar el avance de la sordera”. Compré la receta, consumí las pastillas y cuando se terminaron no las compré más porque eran muy caras y además tenía la convicción de no necesitarlas, pues el único inconveniente de no escuchar relojes pulsera ya lo había dejado atrás. Lo peor del caso es que ni siquiera guardé el nombre del remedio.

Pasaron los años y cuando ya tenía dos hijos casados empecé a notar que cuando andaba en automóvil no escuchaba lo que comentaba mi señora. También empecé a necesitar más volumen en el televisor y la radio. Nuevamente concurrí a un especialista, que tras estudios y audiometría me recetó audífono para el oído izquierdo, pues el derecho prácticamente estaba perdido. Me hice hacer un audífono que se colocaba en el interior del conducto auditivo y desde ya que escuchaba muy bien; pero la contra es que cuando hablaba me aturdía y me resultaba insoportable, razón por lo que lo usaba muy poco. El mal sigue avanzando y cada vez tengo más dificultad para comunicarme.

Hace un tiempo, un familiar con sordera muy avanzada fue operado del oído, por un profesional de Mendoza Capital, y quedó perfectamente bien y oye con normalidad, tanto que ahora le molesta que su esposa e hijas hablen tan fuerte. Esto hizo que me ilusionara y visité al mismo especialista. Me solicitó audiometría y un complejo estudio de resonancia magnética, que lo convencieron de la imposibilidad de hacer nada por mí. La única solución que me recomendó fue el audífono. Cuando le comenté lo que me pasaba al usarlo, pues ya lo tenía, hizo un escrito con recomendaciones técnicas para reacondicionarlo. El caso es que el que tenía no se pudo mejorar y me hicieron uno nuevo, que me costó un disparate y no solucionó nada. Imposible evitar el aturdimiento cuando hablo. Como resultado de todo esto es que el audífono en lugar de tenerlo en el oído está sobre la mesita de luz, y ésta no se queja. Lo desagradable de lo que me pasa es que cada vez me siento más aislado, más solo, aunque estoy acompañado por mi esposa y mi hijo menor. En la calle no tengo problemas, pues por el ruido de los vehículos la gente habla más fuerte y puedo dialogar sin inconvenientes.

Si quienes leen esto tienen en su familia casos similares, les recomiendo que se habitúen a hablar más pausado y a mayor volumen, sin gritar. Esta última actitud también molesta muchísimo. Para lograr ese cambio de costumbres deben ponerse en el lugar del hipoacúsico y comprender su nerviosismo y desesperación al no poder enterarse de lo que pasa a su alrededor y que lo lleva a interrogar permanentemente, colmando la paciencia de quienes lo rodean. Así y todo esto no es tan dramático, lo verdaderamente dramático es que nuestra esposa se dé un golpe en la vereda y se estropee la muñeca de la mano izquierda, que haya que operarla y luego hacerle un yeso, que deberá soportar como mínimo un mes y no pueda hacer absolutamente nada, ni siquiera bañarse. Lo se porque es lo que le ocurrió a mi querida Herminia hace unos días. Ahora estamos nuestro hijo y yo haciendo de amos de casa, y levantando la cotización de la infatigable fortaleza de la mujer en el hogar. Por mucho que hagamos los dos no le llegamos a los talones a nuestra reina. De lo que me he convencido es que es preferible ser sordo antes que tener la esposa enferma. Un eslabón más en la cadena de contrariedades y sufrimientos de la familia.

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